¡Tan, tan, tan!
¿Quién toca el zaguán?
¡Yo!
¿Quién es yo?
¡Margarito!
¿Cuál Margarito!
¿Cuál Margarito?
¡Ledesma!
¡Lárguese de aquí, que no lo necesito,
y no vuelva ni en toda la Cuaresma!
Así pasó la historia, se los juro;
así sucedió todo.
Sólo malas razones y mal modo
fue lo que me saqué del triste apuro.
Yo iba tranquilo, con mi pecho sano,
como todo un caballero,
no a pedirles favores ni dinero,
sino a pedir su mano.
Y ya hasta me encontraba aprevenido
para comprar las donas,
pues no esperaba ser mal recibido
por aquellas personas.
Ni pensé fuera infiel y engañadora,
como al fin y al cabo sucedió,
pues a la hora de la hora
ella misma fue la que me corrió.
Sí, ella fue
la que desde adentro del zaguán
me echó el reperiquete,
y yo sentí como si fuera un can
que le prenden un cuete.
Y no he vuelto a pasar por esa calle,
ni en mi vida espero volver a pasar;
pero no se me olvida ese detalle,
ni es fácil se me llegue a olvidar.
No quiero mentar nombres ni dar quejas,
ni verla ni acordarme de aquel hecho.
Cuando la veo, se me adultera el pecho
y empiezan a zumbarme las orejas.
Supe después que se casó muy pronto
con cierto rancherón boca de palo
que dicen es ya viejo, feo y tonto,
muy jugador, borracho y harto malo.
Que, cuando anda bebido, se avalienta
y agarra tanta fuerza y tanto filo
que a la mujer la sanjuanea de un hilo
y luego hasta los oídos le revienta.
Pero a mi saber eso no me importa,
ni nada ya con ello remedeo.
Algunos dicen que la vida es corta,
y yo también así lo creo.
Pero eso sí les digo, porque es cierto,
y hasta les puedo presentar testigos,
que en este mundo hay premios y castigos
y que Dios no se ha muerto.
Y no crean que por este sucedido
le agarré algo de tirria a Chamacuero.
Aquí me puso Dios, aquí he vivido
y aunque a muchos les pese, aquí me muero.
Margarito Ledesma
¿Quién toca el zaguán?
¡Yo!
¿Quién es yo?
¡Margarito!
¿Cuál Margarito!
¿Cuál Margarito?
¡Ledesma!
¡Lárguese de aquí, que no lo necesito,
y no vuelva ni en toda la Cuaresma!
Así pasó la historia, se los juro;
así sucedió todo.
Sólo malas razones y mal modo
fue lo que me saqué del triste apuro.
Yo iba tranquilo, con mi pecho sano,
como todo un caballero,
no a pedirles favores ni dinero,
sino a pedir su mano.
Y ya hasta me encontraba aprevenido
para comprar las donas,
pues no esperaba ser mal recibido
por aquellas personas.
Ni pensé fuera infiel y engañadora,
como al fin y al cabo sucedió,
pues a la hora de la hora
ella misma fue la que me corrió.
Sí, ella fue
la que desde adentro del zaguán
me echó el reperiquete,
y yo sentí como si fuera un can
que le prenden un cuete.
Y no he vuelto a pasar por esa calle,
ni en mi vida espero volver a pasar;
pero no se me olvida ese detalle,
ni es fácil se me llegue a olvidar.
No quiero mentar nombres ni dar quejas,
ni verla ni acordarme de aquel hecho.
Cuando la veo, se me adultera el pecho
y empiezan a zumbarme las orejas.
Supe después que se casó muy pronto
con cierto rancherón boca de palo
que dicen es ya viejo, feo y tonto,
muy jugador, borracho y harto malo.
Que, cuando anda bebido, se avalienta
y agarra tanta fuerza y tanto filo
que a la mujer la sanjuanea de un hilo
y luego hasta los oídos le revienta.
Pero a mi saber eso no me importa,
ni nada ya con ello remedeo.
Algunos dicen que la vida es corta,
y yo también así lo creo.
Pero eso sí les digo, porque es cierto,
y hasta les puedo presentar testigos,
que en este mundo hay premios y castigos
y que Dios no se ha muerto.
Y no crean que por este sucedido
le agarré algo de tirria a Chamacuero.
Aquí me puso Dios, aquí he vivido
y aunque a muchos les pese, aquí me muero.
Margarito Ledesma
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