sábado, 20 de junio de 2015

Una chica morena, con pantalones vaqueros, a la que le gustaban los Rolling Stones

Concha volvía a casa después de una monótona jornada de trabajo. Manejaba bien y presumía siempre de no haber sufrido ningún accidente en los ocho años que tenía con su licencia. La oficina se encontraba en el centro: para llegar a su casa tardaba de media hora a tres cuartos, según estuviera el tráfico. Hoy estaba mal, francamente mal, pero era una estupenda tarde de primavera y se sentía de buen humor. Un buen humor no del todo hustificado: había problemas. El taxi, tras ella, pedía paso haciendo sonar el claxon; y se acercó mucho a una furgoneta pintada de rojo. El taxista le gritó algo, algo seguramente ofensivo. Concha no le prestó atención. Eran pequeños problemas, desde luego, los pequeños problemas de la convivencia diaria, aunque quizá no sólo eso: Germán, últimamente, estaba raro, distante,... Enseguida el semáforo se puso rojo y tuvo que frenar con brusquedad, delante mismo del guardia, que volvió el rostro y se la quedó mirando. Por un segundo, Concha pensó que iba hacerle algo, pero él se volvió inmediatamente, dio un largo pitido y se puso a mover los brazos como aspas, dando paso a los coches, Al lado de concha había un coche. El conductor, un hombre maduro, encorbatado y traje gris, la estaba mirando fijamente. Era un a mirada inconfundible y turbia, una de esas miradas masculinas que a concha, cuando tenía veinte años, le parecían repugnantes, y  que ahora, recién cumplidos los treinta, le resultaban indiferentes... E incluso, alllá en el fondo, le halagaban un poco. Volvió el rostro hacia otro lado, inconscientemente, se apartó un mechón de cabellos y movió la cabeza ligeramente hacia atrás. Sentía sobre sí la mirada del conductor traje gris mientras ella miraba, sin apenas ver, los transeúntes que cruzaban por el paso de peatones, los destellos que el sol arrancaba de las carrocerías de los automóviles, los brazos del guardia moviéndose como los de un náufrago, todo bajo el sopor de la tarde de la ciudad, el olor de la combustión de los coches, el humo, el ruido.

Sí, eran pequeños problemas. Que Germán estuviera un poco raro obedecía, sin duda, al exceso de trabajo; lo demás era...Nada, bobadas, los roces de la vida en común. El verde otra vez, arrancó, y al meter la velocidad sintió que entraba con dificultad.

Poco a poco, la circulación se hacía más fluida. El autobús se había puesto delante de ella y despedía un humo negro, denso, insoportable. Intentó rebasar pero no pudo, aminoró la velocidad...
Verdaderamente, tres años casados no era mucho tiempo y nada hacía pensar que Germán estuviera harto de su compañía. Ella tampoco lo estaba de la de él, aunque a veces... Por fin, el autobús tomó el carril de la derecha, y ella apretó el acelerador.

Tal vez, por qué no reconocerlo, necesitaban un hijo. Últimamente, ella lo pensaba con frecuencia. O mejor, una hija; una hija a la que poder evitar todo lo que ella había sufrido junto a unos padres incomprensivos y autoritarios. Avanzaba ya, todo lo de prisa que su Renault se lo permitía. Apenas había tráfico ahora; el sol resbalaba suavemente y en muchos árboles apuntaban ya las hojas, desparramando aquí y allá su incipiente verdor.

Al entrar en la carretera se pasó al carril del centro. Había varias autoestopistas; le llamó la atención un soldado sentado en una maleta y con un letrero de cartón en la ,mano, donde se leía: "La Coruña". Más adelanté, un muchacho que llevaba un chubasquero rojo estaba haciendo la señal con la mano... Un camión se detuvo unos metros más allá y el muchacho se acercó corriendo. Eran imágenes familiares, se diría que las mismas cada tarde. Concha apenas se fijaba. El joven del chubasquero rojo y el camión quedaron atrás en seguida. Sí , era inútil que se engañara a sí misma: a veces ella se sentía cansada de él, le pesaban estos tres años... Seguía en el carril de la izquierda y un Simca marrón, tras ella, hacía sonar el claxon, se pasó a la derecha. El Simca adelantó y repitió la operación. Más allá había una chica que pedía "aventón". Hizo la señal, pero el Simca no se detuvo. La chica morena con pantalones vaqueros y jersey oscuro, estaba mirando cómo se acercaba Concha y Concha la estaba mirando también, enmarcada en el parabrisas, esperando que de un momento a otro levantara la mano y dudando si la recogería o no. Horas más tarde, Concha recordaría aquella fugaz vacilación suya, aunque sin saber exactamente por qué se decidió a parar. No solía recogera nadie: había oído y había leído demasiadas cosas al respecto. Tal vez lo hizo porque se sentía un poco sola y no quería seguir el hilo de aquel pensamiento sobre Germán que, de improvisto, la había llenado de inquietud. O tal vez porque le dio lástima la chica: el modo de levantar la mano, la expresión resignada de su figura. Bajó la ventanilla. Sube.

Subió ágilmente. Gracias, y la miraba  a los ojos sonriendo. Arrancó y advirtió un camión que venía por el carril de la derecha y decidió esperar. ¿Vives en Majadahonda?, por decir algo. Sí, con mis padres y mis hermanos; vinimos aquí hace cuatro años: somos de Guadalajara. ¿Cuántos hermanos tienes? Tres; somos dos chicas y dos chicos... Yo soy la mayor, ¿sabes?, y a la vez un gracioso gesto con la mano y levantando ligeramente un hombro. Concha apretó el acelerador. No venía nadie por el carril de la izquierda, y se pasó a éste para adelantar al camión de antes. La muchacha, mirando distraídamente por la ventanilla, se puso a silbar. Con agrado, Concha reconoció y empezó a canturrearla, mientras apretaba el acelerador a fondo y adelantaba: She would never say where she came from / Yesterday don't matter if it´s gone... La chica la miró con sorpresa y cantó a la vez que ella: While the sun is bright or in darkest night / No one knows, she comes and goes Goodbye Ruby Tuesday / Who could hang a name on you. / When you change with every new day / Still I'm gonna miss you / Don't question why she needs to be so free / She'll tell you it's the only way to be / She just can't be chained toa life where nothing's gained...  Se echaron a reír. Así que te gustan los Rollling Stones. Huy, ya lo creo, me chiflan. Te acuerdas de aquélla: She comes in clolours every where... tarareando, y ella sí, se acordaba, ya cantaban las dos: She combs her hair. / She's like a rainbow. / Combing colours in the air every where. / She comes in colours. / Have you seen her dreseed in blue? / See the sky in front of you. / And her face is like a sail... De improvisto un claxon, se diría que enfadado, las sobresaltó: era un Dodge oscuro, detrás, exigiendo paso. Concha se había distraído, algo inhabitual en ella que era tan experta conductora y se miraron las dos y se echaron a reí mientras el Dodge seguía pitando con malhumorada insistencia. Concha se pasó al carril de la derecha. Sobrevino un corto silencio. Lo rompió la chica: ¿Estás casada? Bueno... Vivo con un amigo, mintió Concha tras vacilar un instante. ¿Qué hace tu amigo? Es periodista. ¿Tú también? No, yo no;  estudié Economía y trabajo en una compañía de seguros. Había contestado con cierto despego, y la muchacha dejó de preguntar. Al alcanzar la señal que permitía adelantar se fue al carril de la izquierda para pasar a una combi y un camión; apretó el acelerador a fondo.

Adelantó la furgoneta en seguida, pero no lograba hacer lo mismo con el camión: llevaba éste un enorme remolque, cuya longitud no se adivinaba por detrás, y además corría a mayor velocidad que los 90 kilómetros que indicaba el disco trasero. No conseguía pasar al camión, y otra combi detrás, ya le  estaba pitando. Dudó un segundo entre dejar paso al Dauphine o adelantar antes al camión, y al final optó por lo primero, se pasó al carril de la derecha.

Habían abandonado la autopista para tomar la desviación para el pueblo. Dejaron atrás la gasolineria. Iban en silencio. Un coche deportivo se les adelantó a gran velocidad y la chica, de pronto, ¡Cuidado con aquella curva! y señala hacia enfrente con todo el brazo extendido. Era una curva muy cerrada, efectivamente, pero estaba muy lejos aún y en todo caso resultaba absurda la advertencia. Sin embargo, lo que más sorprendió a Concha no fue eso, sino el tono de angustia con que la muchacha lo había dicho. No le quiso dar importancia, buscó un tema de conversación. Aún no sé como te llamas; yo me llamo Concha... La chica, sin prestarle atención, cuidado con aquella curva, insistió y Concha pudo comprobar que estaba muy pálida y miraba hacia allí con espanto. Quiso tranquilizarla. No te preocupes, conozco bien este camino: ¿No ves que lo hago todos los días? Pero la chica, sin hacerle caso, cuidado con la curva, otra vez, y Concha se sintió desconcertada. Delante iba un WW rojo, que iniciaba la maniobra para adelantar al camión de reparto de Coca-cola. Los ojos alucinados, gritando, apremiante, cuidado con la curva, cuidado con la curva, y Concha serénate, en tono imperioso, te digo que hago este camino todos los días, pero la chica no le escuchaba. El WW había adelantado ya al camión, entraba ya en la curva y la chica, mirando hacía allí como hipnotizada, cuidado con la curva, cuidado con la curva... Concha empezó a sentirse nerviosa; inconcientemente, redujo la velocidad, decidió adelantar al camión después. Cuando empezó a hacer girar el volante, comprobó que no iba más de veinte por hora... En aquel momento, la muchacha estaba totalmente  fuera de sí, gritando con todas sus fuerzas cuidado, cuidado, cuidado y con los puños se golpeaba las rodillas. Concha estaba a punto de perder la serenidad, esto es absurdo, se concentró todo lo que pudo. La muchacha emitió un grito desgarrado, terrible. Concha no la quería mirar, con los cinco sentidos estaba pendiente del coche, haciendo girar el volante suavemente... Por fin, la curva quedó atrás. Concha respiró hondo. ¿Ves cómo no tenía importancia...?, comenzó a decir, pero se interrumpió en seguida: la muchacha había desaparecido. Instintivamente, apretó el pedal del freno hasta detener el coche por completo. Observó la portezuela derecha: el seguro estaba echado. Miró hacia atrás, volviendose del todo...No vio a nadie. Metió la marcha atrás; el coche retrocedía lentamente a la vez que ella miraba muy atenta por el espejo retrovisor y hacía girar el volante... Frenó un poco y se volvió de nuevo para mirar hacia la carretera, hacia dos cunetas... Nadie, nadie.

El conductor del 850, con gran rapidez de reflejos, adelantó en plena curva y protestó haciendo sonar su claxon. Una furgoneta, detrás, pitaba también, repetida, ofensivamente, pero había tenido tiempo de frenar. La primera idea de Concha fue salirse a la cuneta, de lo que desistió inmediatamente, porque habíaun gran desnivel. Con movimientos ágiles, sin perder la serenidad pese a la inquietud que sentía, pisó el pedal del clutch, cambió la velocidad, avanzó, metió de nuevo, volvió a cambiar, aceleró; mientras, detrás de ella, el conductor del minibús no cesaba de tocar el claxon. Por fin, ya en la recta, adelantó y gritó algo por la ventanilla. Concha no le hizo ningún caso. En cuanto desapareció el desnivel de la cuneta, hizo girar el volante y , se detuvo... Estaba como atontada, jadeaba, no sabía qué hacer... Miraba, obsesivamente, el seguro echado en la portezuela. De pronto, una sospecha. Cogió su bolsa que estaba en el asiento trasero, y se puso ha buscar. Tomó la carteray la abrió... No faltaba nada. Dejó la bolsa y miró en el interior del coche. Tampoco ahora echó nada de menos. No sabía qué hacer ni qué pensar, jadeaba todavía... Encendió un cigarrillo y aspiró el humo profundamente.

Estuvo así unos segundos. Pensó, por un momento, en volver a casa y dar por concluido el incidente. Pero no puede estar lejos... No puede estar lejos... Miró por el espejo retrovisor: no venía nadie y de frente tampoco. en una rápida maniobra, cambió de dirección. Conforme se aproximaba a la curva y avanzó hasta cosa de medio kilómetro. Cruzaron varios automóviles. No puede estar lejos, es absurdo pensar que haya podido subir a otro coche: prácticamente, habíamos llegado... Y, además, ¿Cómo?... En otra maniobra rápida cambió nuevamente de dirección. Otra vez dejó atrás la curva. Nadie... Decidió avanzar algo más que antes, nadie, nadie, y por fin se detuvo en la cuneta, encendió otrocigarrillo... ¿Darse por vencida? ¿Continuar la búsqueda? Consultó el reloj: eran más de las siete y media, Germán la estaría esperando... Lo mejor era regresar y asunto concluido. ¿Asunto concluido? No lograba apartar de su mente a la chica, no comprendía cómo había salido del coche, estando el seguro echado, y dónde se había podido ocultar, y además por qué se había querido ocultar... A la entrada del pueblo tuvo que ir a vuelta de rueda. Estaba anocheciendo, los automóviles llevaban los faros encendidos. Concha, mecánicamente, los encendió también. Un alto, se detuvo. Miraba sin ver el supermercado, la delegación. El semáforo se puso en verde, no pidía estar lejos y súbitamente una idea. Dobló por la primera calle a la derecha, después a la derecha otra vez, avanzó un par de manzanas, dobló a la derecha de nuevo y se estacionó con precipitación. En la Delegación de Policía había un agente en la puerta. ¿Qué desea? Concha vaciló. Al regresar a casa en el coche, he tenido un pequeño accidente, empezó a decir. ¿Quiere presentar una denuncia? Bueno, no es exactamente eso, titubeando, pensando, he hecho mal en venir aquí, y el agente pase usted. Pasó a una habitación de paredes desnudas, sin ventanas. Espere. Había un banco de madera y toda la estancia, mal iluminada por una bombilla en el techo, tenía un aspecto lóbrego. Concha guardó de pie... Al poco rato, vino otro agente agente para preguntarle qué quería. Verá, yo volvia a casa y el agente perdone: documentación, por favor. Abrió el bolso, sacó su licencia. El agente, mirando éste distraídamente, está bien, continúe y a los pocos segundos está bien, espérese, devolviéndole el D.N.I. No debería haber venido aquí, se repitió a sí misma, pero cómo salir ahora. Por el pasillo cruzaron, hablando fuerte, riendo,varios agentes. Miró el reloj, pensó que debía llamar a Germán. Se sentía incómoda. Encendió un cigarrillo. Se puso a pasear, recorriendo la habitación diagonalmente. Al cabo de un largo rato, otro agente de guardia. Pase, conduciéndola hasta un despacho. Tras la mesa, había un teniente que estaba buscando algo entre un montón de papeles. Era un hombre de mediana estatura, grueso y con bigote. Perdone un momento, dijo. A su lado, junto a la máquina de escribir, había un agente esperando.

Ya puede empezar, dijo el teniente. Incómoda, turbada, Concha no sabía cómo hacerlo. Creo que no debería haber venido, en realidad ha sido una tontería, no se trata de ninguna denuncia... Por favor, siéntese. Gracias. Y haciendo un esfuerzo, deseando acabar cuanto antes aquella embarazosa situación en la que, volvió a pensar, no tenía que haberse metido, refirió atropelladamente lo que había pasado. El teniente parecía escuchar sin interés, mientras el otro guardia civil escribía a máquina y de cuando en cuando le pedía que fuera más despacio o que repitiera alguna frase. Nada más terminar, sacó un cigarrillo; el teniente le dijo fuego. Lo que no entiendo, añadió Concha aún, es cómo ha podido salir del coche estando el seguro echado, y el teniente claro, sin inmutarse, sin darle importancia. En fin, eso es todo... como le dije antes, creo que he hecho mal en venir. No, no lo crea,dijo entonces el teniente, sin abandonar su gesto de aburrimiento o indiferencia: ha hecho muy bien en venir. Se levantö y se fue hasta un archivero metálico, de donde sacó un sobre; volvió con él a la mesa. El sobre contenía varias fotografías, se las entregó a Concha, vea si reconoce a la chica entre estas fotos y Concha reaccionó con cierto disgusto, insistiendo ya le he dicho que robarme no me ha robado nada, que era un encanto de muchacha, o sea, que... Y el teniente ya sé, ya sé, pero mire a ver, fue pasando una tras otra. No, no ,no... Y de pronto: ¡Ésta es! El teniente se acercó para comprobar de cuál se trataba. ¿Está segura? Sí, sin ninguna duda. Muy bien, dijo el teniente, recogiendo las fotos. Después le devolvió la documentación y le pasó la declaración para que la firmara. Añadió: no se preocupe, yaestamos sobre este caso. Y Concha, desconcertada, ¿Cómo ha dicho? Ésta es la cuarta denuncia que recibimos en el mismo sentido. ¿Y saben quién es esa muchacha? Él, ahora serio, preocupado, sí. Concha, aproximándose, acosándole, ¿Y quién es? El guardó silencio, mirando patéticamente la fotografía, hasta el fin, como si no pudiera contenerse, verá... Es una chica que el mes pasado murió en un accidente en esa misma curva.


Ricardo Doménech


3 comentarios:

  1. no lo he leido pero yo reo asdfghwtdenhfuhuh d e rf ff ttf fgy t e er efrt tgghde dhdgf fhgbg ghghgghv gf5g5 5n5y4 54 555 555 55 44 8 5 1 4 34 5 5 5 656 8 55 55 55oieuu uiuir ..- ..-.---.--.---..--.----.--.-.---.---.-.---.--.--.-...--.--.-....----.-..--..--

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